29.7.12

El inicio de la soledad.

Hay una muerta sentada a la vuelta de la esquina. Dicen que esperaba el amor. Llevaba un polo color blanco, una casaca verde con capucha negra, jeans anchos y rasgados en las rodillas, Converse negras. Era una chica cualquiera.

Su cabello caía lentamente sobre su rostro, lo llevaba un poco corto. Su espalda daba a la pared donde se apoyaba mientras esperaba, y sus piernas parecían pegadas, como para no pararse y escapar. Posición fetal. 

Las pulseras que llevaba en las muñecas tenían sus propias historias. Viajes interminables en la memoria, mujeres que nunca completaron su amor, amistades que la hacían reír, y sueños que buscaba alcanzar. Posición fetal.

En su bolsillo llevaba un celular. Entraba a cualquier red social para distraerse, para enamorarse, para perderse, para encontrarse; entraba para comunicarse, para aprender, para perder, para luchar. Entraba para morir, mientras esperaba en una esquina el momento para vivir.

Llevaba los ojos cerrados. Una sonrisa muy rígida, muy serie, muy triste. Aún podía notarse un pequeño camino desde sus ojos. Lágrimas secas. Puro llanto. Decían que esperaba al amor, mientras tomaba fotos de todo lo que había a su alrededor. Decían que esperaba al amor, mientras twitteaba al vacío lo que otros hacían, lo que otros vivían, lo que otros veían. Decían que esperaba al amor, mientras ella buscaba cómo deshacerse del dolor. Decían que buscaba, mientras ella se desubicaba. Decían que buscaba, mientras ella sola se encerraba. Decían que lloraba, mientras se escondía en la sombra de una búsqueda eterna, una búsqueda de muestra, de una búsqueda que la dejaría muerta. 

Decían que era ella, la que buscaba un buscador, un orador, una señal que le permitiera pensar en volver a sentir, en no huir, en querer combatir. Decían que era ella, la que por las noches gritaba en silencio, la que por el día bailaba sentada. Decían que era ella, la que lavaba sus zapatillas con sus lágrimas, la que abrigaba al gato con su casaca.

Decían que se murió. Que un día volvió a enamorarse, pero el corazón no resistió. Llevaba una flor entre las manos. Un tallo de espinas con una rosa en la punta. Manos ensangrentadas. Dicen que nunca dejó de sangrar. El día que la tuvo en sus manos, las espinas se clavaron. No volvió a sacarlas, no volvió twittear, no volvió a bailar ni a gritar. Ella se dedicó a llorar. Hasta que de tanto sangrar, murió de amor. En posición fetal.

Dicen que no tenía nombre, pero algunos la llamaban So, como el gran inicio de la soledad.