17.7.09

Enfermizo Parque De Diversiones

Algo fuerte.
Leer bajo su propia responsabilidad.



Estaba solita en la sala, sin saber cómo poder actuar. Los silbidos de los pájaros se atormentaban en su cabeza y sólo quería huir. Huir como huyó aquella vez de su casa, huir como huyó aquella vez de las aguas, huir como huyó aquella vez de su propia sombra, de su propio ser.
El cuchillo ya parecía parte de sí misma, parecía una extensión más de tu cuerpo. La sangre que chorreaba era cada vez más intensa, y ese olor metálico la volvía una con su propio crimen, con su propio sabor y su propio placer. No recuerda bien cómo comenzó el asunto, pero fue así como terminó todo lo que ella alguna vez quizo comenzar.

Iban saliendo por tres semanas, cuando descubrió que ella ya no quería nada. La desdicha la invadió, el odio la abrazó, las sensaciones de querer matar y despertar el mal fueron lo único que vivía con ella, no podía quedarse de brazos cruzados.
La invitó un día a ir a comer algo con sus amigos, claro, como amigas; como para comprobar que la relación podía quedar ahí nomás. Fueron por salchipapas y unas gaseosas, visitaron lugares nuevos y caminaron junto con dos amigas suyas más. Al caer la tarde se precipitó a invitarlas a su casa, que quedaba a pocas cuadras de ahí, para ver una película y quien sabe, tomar unos tragos.

Entre risas sarcásticas y la canchita por todos lados, ella dijo que ya regresaría, iría a la cocina por un poco de agua. Se levantó y abrió el cajón al lado de la refrigedora, cogió el cuchillo más filudo que tenía y caminó de vuelta sin hacer ningún tipo de ruido. Se sentó una vez más al costado de ellas y continuaron con la velada de alcohol y películas.
Los gritos fueron unánimes. Las puñaladas fueron certeras. El grosor y el filo del cuchillo cayeron exactos. Y la sangre tiñó de rojo toda la alfombra crema. Una vez, dos veces, tres veces. No dejaban de caer los golpes, no dejaba de salpicar la sangre. Los gritos eran más intensos, y como le aturdía que las demás gritaran, no dudó en cortarles la lengua y el cuello, para que no la distraigan y puedan dejar que termine su trabajo en paz.

Cayeron una por una, dejando al final su más presiada víctima. Ya con cortes en los brazos y piernas, estaba asustada. Asustada sentanda en el rincón sin decir nada, temlando del miedo, sin mirar a nadie, con los ojos bien abiertos y escalofríos saliendo de su ser. Estaba blanca, pálida, muerta de miedo.
Y así supo que tenía el control. La noqueó de un golpe en la cabeza con el mango del cuchillo. Y ya tirada en el piso, la desvistió por completo. Saboreó su cuerpo una vez más, tocando su piel, rozando los labios, sintiendo toda su esencia en el tacto y el gusto, sintiéndola a ella con vida por última vez. Luego de una ritual erótico ante aquel cuerpo aún con algo de vida; comenzó por abrir poco a poco el estómago, sacándole todo lo de adentro y de una forma cachosa, haciendo dibujos y figuras con ello. Le abrió como a un cerdo toda la piel, le quitó cabello por cabello, y almacenó toda la sangre en un solo frasco. Creó a base de los cortes, distintos diseños como si fueras tatuajes, y jugó con todo lo que había denrto de ella.

Jugó hasta no poder divertirse más. Los ojos eran canicas, los huesos hasta palos de golf. La sangre el agua de las fuentes, y cada dedo era un habitante de su nueva ciudad. La sala se volvió su parque de diversiones. Y cada vez que volteaba a ver lo que quedó de ese cuerpo, le causaba sensaciones eróticas, recuerdos e impulsos sexuales que ya casi no podía contener. La veía y la necesitaba, y para poder saciar esas ganas, jugaba una vez más con ese enfermizo parque de diversiones.

Eran las seis de la mañana y ya no sabía qué hacer. Los pájaros cantaban y la aturdían. El olor se volvió intenso y le daba ganas de vomitar. Pero se alegraba a ver su enfermiza obra maestra. Entre erotismo y mutilación, se sentía una diosa que controlaba la muerte y la diversión, la venganza y la pasión. En su cabeza daban vueltas pensamientos y recuerdos de los momentos que pasaron, y se definía cada vez más por una mayor felicidad al momento de matarla. El placer corre por sus venas y no puede dejar de sonreír. Eróticamente salvaje y enfermo. Salvajemente divertido.
Y en su sala ahora el cuchillo es parte de ella, y la sangre parte de su ambiente. Su crimen parte de su historia, y ella muerta, su felicidad entera.