Su mirada apuntaba hacia abajo, fijándola en el medio de sus dos pies. No decía nada. Mi doncella se quedaba mirando en el medio de sus dos pies. Las luces se reflejaban como linternas en el agua. Los pájaros no volaban cerca, los árboles hacían sonar sus ramas, creando una sinfonía que adornaba nuestros tímpanos más allá de los motores de los autos.
Parecía ser algo fugaz. Parecía ser nuevamente lo mismo. Su mirada perdida, su silencio sonoro, mi cabeza confusa y los toques de agudos de desesperación. No movía ni un músculo. No respondía a mis preguntas. No me miraba, no me notaba, no me sentía, no me encontraba. ¿O es que quizás no me dejé encontrar?
Me daba frío. No encontré más razones para contemplarla, que el simple hecho de hacerlo. No encontré más razones para amarla, que el simple hecho de hacerlo. No encontré más razones para gritar, que el simple hecho de hacerlo. Nubes y estrellas. El cielo se tornó de un azul muy oscuro, de un negro, de un gris, de un color incoloro. La noche se volvió un cómplice más de la tortura. Diez minutos en silencio. ¿Me quieres matar?.
Apretó sus pies a la madera del pequeño puerto. Cerró los puños de sus manos como quien guarda rabia por años. Sacudió su cabello de adelante para atrás, alzó la mirada. Contemplando el espectáculo no sé cuándo tiempo pasó, mas llegué a entender que el tiempo que duró fue más de lo que pensó.
Una vez más la sentí en mis manos, en mis brazos, en mis labios, en mi lengua, en mis piernas, en mis caderas. Una vez más volé por los aires, besé el arcoiris, nadé con las nubes, bailé con las estrellas, canté con las aves. Una vez más calmé mis pensamientos, susurré a tu oído, desahogué mis penas, grité mis sentimientos, compuse mi sinfonía. Una vez más soñé con una laguna, contigo y con el espacio que nos rodeaba. Una vez más desperté con lágrimas, con un vacío y batallas mentales.
Una vez más me detuve a pensar, a matar, a morir.