25.7.09

Dichosos Seis [II]

[Leer la primera parte en el post de abajo]


Lo recuerdan como si hubiese sido ayer. Ayer, cuando eran aún jóvenes de apenas unos veinti y tantos años, dispuestos a encontrar y experimentar muchas cosas nuevas, todo aquello que esté a su alcance, o incluso eso que no lo está. Tiempos aquellos de diversión y de estar sometidos a una responsabilidad casi nula, tiempos donde sólo todo era controlado por sus impulsos y placeres, y la razón salía a flote muy de vez en cuando, en casos extremos, por así decirlo. Aún sentían que había sido ayer, aquella noche que los cambió por completo.

Habían aceptado el plan de Miguel, extrañados por haberlo hecho, se dirigieron hacia aquel lugar. El frío había crecido aún más, la neblina estaba densa y cubría casi todo su campo visual, a unos metros más adelante no se podían divisar bien las cosas. Entraron por ese callejón cerca a la casa de Diego, estaba todo oscuro y sucio. El sonido de las ratas y los mendigos retumbaban en las largas y mugrientas paredes de ladrillos. El olor era casi insoportable, como carne de rata podrida, envuelta en todo el hedor de basura suelta y almacenada por meses. Era un escenario que daba hasta miedo. Los seis se protegían las espaldas, uno nunca sabía cuándo un loco podría venir por detrás y clavar algún puñal.

Pedro prendió otro cigarrillo, era el que se veía menos convencido de ir a ese lugar, pero aún así siguió al resto, casi por no aguar el ánimo de los demás. Entraron a un otro pasillo que conectaba con ese callejón, donde la ruta ya era un poco más iluminada, y los dealers estaban parados en cada ladrillo fumando un cigarro y ofreciendo todas las drogas que tenían para vender. Siempre con la cabeza en alto y haciendo caso omiso a los vendedores, salieron de ese pasillo para llegar finalmente a la calle que tanto buscaban. La calle Minerva.

No había mucha gente caminando por ahí aquella noche. Estaban las bellas señoritas o señoritos que se ganaban un poco de dinero brindando sus servicios calientes de placer y diversión para quien se les cruzara. Ellos no fueron una excepción. 'Acepto hacer tríos, babies', se escuchaba a la izquierda, proveniente de una figura femenina muy bien dotada, pero con un voz algo gruesa que delataba la verdad del asunto. 'Nenes, hoy hago promoción dos por uno, gustan? No soy cara", se escuchaba por la derecha. Los ojos de los dichosos seis se desviaban con cada silueta bien formaba que llegaban a divisar, entre un poco de risas y comentarios a voz baja, se aproximaban más a su punto de encuentro.

Pedro se quedó observando aquella puerta. El cartel de entrada había cambiado desde la última vez que había ido. La puerta se veía más antigua y la pintura se caía de a pocos por la humedad que siempre está azotando a Lima. Todas las residencias eran muy parecidas. De lejos cualquiera podría decir que son sólo casas antiguas, aquellas que recuerdan a Lima como la ciudad colonial que fue, aquel pasado Español que la envolvió por mucho tiempo, tanto en su arquitectura como en sus costumbres. Pero fueron esas costumbres las que se apoderaron de los locales. Y fueron esos locales los que se hicieron costumbre para otra gente.

Daniel pidió para pensarlo una vez más. Parados frente a esa puerta, donde todos guardaban el gran recuerdo de la noche en la que se volvieron más amigos, los dichosos seis, aquella noche donde todos se dieron palmadas en los hombros felicitándose, se habían vuelto hombres. Ahora parados en frente una vez más, todos vieron el cartel cambiado, todos recordaron esos momentos, todos se dijeron a sí mismos una vez más que iban a entrar, todos menos Pedro. No estaba convencido. No quería repetir lo de aquella noche, historias que nunca contó a sus amigos, sólo les dijo lo que querían escuchar. No sabía qué hacer. Si se echaba para atrás estando tan cerca, los demás iban a reclamar, les iba a arruinar la noche que tanto se veía en sus ojos que anhelaban. No podía quedar mal, eran sus amigos. Finalmente dijo que sí por fuera, pero moría por decir que no por dentro.

Tocaron la vieja puerta y con un chillido de aquellos de película de terror, se abrió delicádamente. Un humo recargado de una combinación afrodisíaca de olores y sabores los remeció de golpe, y una señorita con un cuerpo voluptuoso y una gran sonrisa miró a los seis de pies a cabeza. 'Pasen chicos, están en el lugar correcto para satisfacerlos'. Dijo mirándolos fijamente con una voz muy sensual y seductora. Era alta y de piel morena. Llevaba un exceso de maquillaje común entre aquellas personas, una blusa de gran escote y una falda que sólo llegaba a cubrir mitad de las nalgas. Utilizaba zapatos de punta con un taco fino y muy alto, de colores fuertes para siempre llamar la atención. Mientras más se les acercaba, más se llegaba a notar aquella manzana de Adán que los saludaba cachósamente tratando de seducirlos con su regular subi y baja.

[Continuará...]