16.6.09

T y G





Se paró al frente. T no sabía qué decir. La había llamado para ir a hablar pero las palabras en ese momento se le fueron de la mente. Sentada en la vereda del pequeño muelle, la miró de frente. G estaba parada, con las piernas separadas, dejando espacio para que ligeramente las piernas de T puedan estirarse. "Háblame, dime qué pasa" Le decía G, con cara ya de desganada y de cansada, luego de haber esperado en todo ese largo silencio. "Me importas mucho. Y todo lo que digas o pienses de mí me importa mucho, aunque a veces no lo demuestre. Me importa" G Bajó la mirada para verla. Con cara dudosa parecía no comprender bien lo que escuchaba. Pero al final sí lo hizo. En su mente quería negarlo, y a la vez sabía que no podría hacerlo. Se sentó en el muro del costado, a tratar de seguir escuchando. "Y, pues..." T se quedó sin ideas. Tenía tanto que decir en su mente, pero las ideas no podían arreglarse, no podían acomodarse, se escapaban de un lado al otro y se sumergían en lugares donde luego era difícil buscar. Mirando el piso tratando de ordenar pensamientos, T se vio sorprendida al sentir la caricia de una mano por su pelo, al sentir unos dedos tocando su rostro. Su cara volteó súbitamente y antes de poder parpadear sintió los labios calientes y dulces de G, quien la besó sin dudar, sin pensar, sólo sintiendo.
Entre tanta intensidad T volvió a sonreír, y sus ideas se volvieron a ir, a escapar, ya no tenía por qué quejarse o hablar serio; tenía su beso en los labios, tenía su sabor en lengua, su querer en la piel. G sonrío, se dio cuenta de cómo un beso puede callar cosas por decir, y cómo puede creer un estado eufórico, alegre, excitante en otra persona. T se paró, y al mirarla fíjamente a los ojos la beso una vez más. Como si fuera el último beso de su vida. El calor recorría los cuerpos, el deseo se volvía intenso, las manos acariciaban los cabellos, y esos labios se chocaban intensamente. "Me importas", retumbaba en la mente de ambas.
El reloj comenzó a marcar las 10 de la noche, la noche las había consumido por completo y era tiempo de regresar a casa. Un paso tras otro, mano a mano, beso a beso, sentimientos intensos imposibles de ocultar. Se miraron una vez más, se besaron una vez más y ante lo tarde de la noche, ese beso fue el último en darse. La oscuridad las atrapó en el deseo del cuerpo, las condenó a continuar algún amor, a sumergirse en palabras con significado, a crear una gran burbuja para su querer, y a aprender a tener que decir adiós. La luna las ayudó a escapar, a terminar lo que al final nunca se pudo empezar; a tener que despedirse por amar; a aprender a saber cuándo parar.
Se separaron por sus caminos, luego de un bello adiós. Un adiós que nunca se dijo propiamente. G no era mucho de hablar, sino de escuchar, y sus sentimientos eran de aquellos que nunca se expresaban, no se sabía qué quería decir. T, por otro lado, era de decir las cosas que debía, le tomaba tiempo para poder concentrarse y soltarlo, pero terminaba haciéndolo, casi por una satisfacción propia. Y fue G quien terminó sin decir nada, sólo yéndose danzando con la luna a sus espaldas, con una sombra que le guiñaba el ojo a cualquier mujer que pasara; soltando chispas de magia que se involucraban en un nuevo amanecer, en una visita a algún viejo amor. Corría sonriendo, y su cabello volaba en el aire y sólo daba un gran adiós. T la veía, le prestaba atención, mientras por su mente pasaban pensamientos de cómo dejaba ir a aquél arcoiris, donde por primera vez sí encontró una fuente de oro. Con una mirada melancólica, no podía hacer nada más que dejarla libre, verla irse con esa luna a sus espaldas, con ese lugar que nunca más volvió a pisar. Se quedó mirándola a lo lejos, viendo cómo corren con ella todos sus sueños".






Foto: Laguna
Texto: Mi mente