19.7.09

Pequeña

Al levantarme ese día sentí que podría ser distinto. No me sentía tan bien por las constantes oleadas de frío que habían estado azotando el lugar donde me encuentro, pero aún así, para variar, decidí prender la computadora y sentarme a revisar mi correo. Fue hasta una sorpresa encontrar un mail suyo. Y más aún fue cuando leí aquellos versos escritos con rabia y sufrimiento, con dolor y odio. Me preocupé. Estando tan lejos donde estoy, me era imposible ir a buscarla o verla, tenía sólo que esperar a que se conectara.

Pasaron horas y charlamos. No había más por escuchar. Estaba sentada donde siempre se sentaba. Descanzando un rato para luego seguir ensayando más. La coreografía aún no estaba terminada, iba recién un minuto de cinco que tenía que completar. Se cansó de tanto trabajar en que todo salga bien, y se sumergió una vez más en pensamientos redundantes. Quería detener todo por un segundo.

Escuchó las cosas golpearse. Escuchó ruidos y gritos, reclamos. Escuchó la luz desaparecer con cosas quebradas, y a la magia correr con cada chillido. Estaba cansada de lo mismo una vez más. No quería aparecerse ante ese ser que sólo le criticaba, que sólo la dejaba abandonar sus sueños y sus expectativas.
Ella escuchaba los gritos una y otra vez, pero se hacía la desentendida. Las palabras entraban y salían de su mente, nada se quedaba; pero aún así, todo esto le aturdía.

Subió a su cuarto de princesa y se encerró. Entre el rosado y su pasado de niñez, se echó a soltar lágrimas. Sólo lágrimas caían, y la tristeza la invadía. No había llanto, no habían lamentos ni quejas, sólo lágrimas. Caían por su rostro y levemente rozaba con sus labios. No habían ruidos. Todo había cesado y ella sólo escuchaba el salpicar de cada gota en su ropa.

Su mente comenzó a divagar en todo lo que acababa de suceder. Rodeada de su colección de zapatos, que alguna vez le reafirmaron su importancia por lo superficial, cogió la primera hoja y el primer lapicero que tuviera a la mano, y empezó a escribir. Escribía lo primero que le venía a la mente, lo primero que le salía de su ser. No soltó llanto ni gritó reclamos. Sólo escribió lo que sentía en ese momento, así fue como se expresó.

No quería releerlo. No quería volver a ese pasado. Quería dejarlo todo ahí y salvarse en ese día, como que nada nunca hubiera pasado. Trató de borrar sus pensamientos y prendió la música una vez más. Tenía que continuar ensayando.
No podía seguir con aquel mismo movimiento en las caderas mientras pensaba en todo. Tenía la mente revuelta y no sabía que hacer. Bajó a prender la computadora y comenzó a tipear lo que había escrito antes. Escribía sin prestar atención a lo que decía, para no tener que recordarlo una vez más. Escribió todo y luego escribió mi dirección de correo para enviarlo.

Recuerdo con un poco de dificultad la primera vez que nos hablamos. ¿Quién iba a pensar que podríamos terminar así? No había cómo más decir que quería estar a su lado, levantándole el ánimo con cada gesto que le hago, haciendo que ría cuando quiera llorar, despertándola a la realidad cuando vuela mucho más allá. Y sé que es ella quien puede ahora agradecer que me llegue a quedar por allá.

No llevaba mucho tiempo en la universidad, y yo le llevaba un año de estudios. Aunque nunca ha sido tanto, trataba de ayudar en todo lo que fuera de sus trabajos; por algún extraño motivo, se había convertido en una amiga en poco tiempo.
No soy de confiar en las personas. No confío en casi nadie. No soy de contar mis cosas, ni soy una persona que se conoce de una día al otro, o de un mes al otro, ni de un año a los cinco siguientes. Son pocas las personas que hagan que llegue a sentir confianza, y fue raro que así sucediera en poco tiempo, sobretodo con alguien con quien no comparto practicamente ningún gusto.

Seguía tratando de ensayar sus coreografías. Y una vez más se sentó a descansar. Por aquel chat social y personal (también llamado MSN Messenger) comenzó a conversar con la persona que redacta y una vez más se abrió ante ella. Entre tantas historias por poder narrar, pocas palabras se quedaron grabadas. Aquellas donde me pedía regresar allá, para que pueda hacerla reír y acompañar, para que pueda golpearla y traerla a la realidad cuando se pone a pensar en cosas que le han pasado, y personas que no saben qué es amar. Para poder romper huevos y hacer pisco sour, o simplemente mirarnos a la cara y reírnos de la nada.

Debo confesar que había pasado tiempo antes de volver a encontrar alguien en quién confiar así. Porque confío en sus palabras y le confío mis palabras. Porque puedo hablarle con libertad y sonreír ante cosas que me avergüenzan. Porque puedo discutir sobre lo que me sucede mentalmente y ella está ahí, para poder sólo escuchar, como un espejo que atrapa el reflejo y no lo deja salir, y está ahí, parado mirando, sin irse corriendo ni espantándose. Porque aprendió a entenderme, y sé que tampoco le fue tan fácil, y sobre todo, porque aprendió a comprenderme y respetarme, creo que es lo que más puedo admirar en ella.

Y debo confesar algo más. Hacía mucho tiempo que no escribía sobre este tema: amistad.

Gracias, pequeña.