23.6.12

10mo piso

Cogió el cepillo de dientes y lo llenó de pasta. No quería volver a soñar. No quería volver a ilusionarse, despertar y ver la mentira al rededor suyo una vez más. No quería seguir sintiendo que sí importaba, cuando eso no se mostraba en las acciones de los demás. Se cepillaba, arriba, abajo, de costado, la lengua, todos los dientes, una vez más.

Volvió a pensar. Había despertado por última vez del único lugar donde ella podía verse feliz, sin críticas, sin prejuicios, sin amores escondidos. No quería volver a caer en los gritos y los rencores, en los odios y desamores, en las iras y esas reacciones. Volvió a enjuagarse.

No había suficiente espejo que refleje su tristeza, ni suficiente luz para que la opaque. No habían suficientes paredes para que se golpee, ni suficientes puertas para que se escape. Estaba atrapada. Su mente la perseguía y los recuerdan la invadían. ¿Habrá más por soñar?. Colgó la toalla.

Una tostada con mermelada, una canción en silbidos, otra tarareada. Un bus que pasaba muy rápido, otro que iba muy despacio; subió. No veía qué había por venir, no sentía nada para sonreír. No veía el cielo más que de un color gris, y la vida opaca, oscura, como una sombra proyectada.

"Es sólo un largo camino" decía ella. "Es sólo un recorrido más, para realmente llegar al final". Esperaba su meta, su fin, su puerta de salida. Y corría y corría, no quería perder la maratón. Mientras más rápido se iba, menos iría a sufrir. ¿Corría? Sólo entendía que en la maratón, no corría el amor. Bajó en la siguiente parada.

Cruzó una pista, cruzó varias más. Cruzó pistas que siempre ve cruzar, caminó por el lugar donde siempre suele caminar, repitió su rutina. "¿En qué momento salió el sol?". Era otro invierno extraño en Lima, invierno de sol y calor. Notó a la gente extraña. Gente inquieta. Gente desubicada. No entendía qué pasaba. ¿Reflejaban su tristeza ellos también? Locura, quizá. O un simple ventana vista desde el otro lado.

La ventana del 10mo piso le pareció la mejor. Inspiraba temor, inspiraba ardor, inspiraba rencor, dolor, y quien sabe quizá un poco de amor. Su cabeza daba vueltas, pero siempre sin dejar de observar para afuera, para abajo, para el siempre. Nadie vio la ventana abierta ni el momento en que lo decidió. Nadie vio a las aves ni a su corazón. Nadie preguntó, nadie cuestionó, nadie se sorprendió. Nadie la encontró.

Volvió en sí, por fin está lista para sonreír.